ÚLTIMA ACTUALIZACIÓN: 5 de agosto de 2013
A poco más de 70 quilómetros (unos 40 minutos en marshrutka) desde Tbilisi, esta ciudad industrial es uno de los últimos eslabones soviéticos de Georgia que resiste ese proceso de reconstrucción moderno que vive el resto del país. No es de extrañar: fue el lugar de nacimiento de Iósif Vissariónovich Stalin, líder de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas entre 1922 y 1952, tal y como recuerda la estatua que hay enfrente del museo dedicado al dictador. Pero ésta no es la única escultura de Stalin: hay una segunda que fue retirada en medio de una gran controversia en 2010 de la plaza principal de la ciudad y que ahora el nuevo primer ministro, el prorruso Bidzina Ivanishvilli, repondrá el 21 de diciembre de 2013 coincidiendo con el aniversario del nacimiento del dictador soviético en las inmediaciones del museo.
Lo primero que encontramos aquí es la casa donde Stalin nació en diciembre de 1878 y hoy perfectamente conservada.
Un museo que fue inaugurado en 1937 con un único objetivo: engrandecer la figura del dictador mientras se producía la Gran Purga -persecuciones políticas dentro del Partido Comunista Soviético que sirvió para consolidar el poder de Stalin. Por eso, entre todo el material que aquí se expone no hay que sea crítico sino todo lo contrario: un museo enorme, de dos plantas, que quiere transmitir la “grandeza” de la patria soviética y de su líder.
No obstante, es interesante a nivel histórico para analizar su trayectoria. Desde su relación con Lenin, el pacto de no agresión con la Alemania nazi en 1939, la liberación de Polonia así como las conferencias de Yalta y Postdam de 1945 que pondrían el punto y final a la IIGM pero inicio a la Guerra Fría.
Más allá de todo este repaso histórico, el museo vuelve a ser un instrumento de propaganda: espacios amplios y minimalistas a la vez que con una sola imagen: la de Stalin.
Para acabar de engrandecer la figura de Stalin, en el exterior del museo hay un vagón de tren de la época donde Stalin viajó y mantuvo varias reuniones.
Volviendo al interior del museo y, ya para acabar, la única crítica que hay se halla en el sótano: una recreación de actas de sentencias de muerte de Stalin que casi pasa desapercibida. De hecho, es tal la polémica del museo que entre los planes de modernización y borrar cualquier reminiscencia del pasado que tenía el anterior presidente, Mikhail Saakashvili, había la de reformar el museo para reconvertirlo en una galería que mostrase la sovietización de Georgia y mostrar los horrores cometidos por el dictador. Una decisión que tras las últimas elecciones quedará seguramente en el olvido.
Lo que le falta de crítica hacia Stalin sí que la tiene contra Rusia con algunas imágenes que muestran el ataque y posterior invasión de Gori en la Guerra de Osetia del Sur del 2008 (se encuentra a tan sólo 30 quilómetros al norte). Junto a la región de Abjazia son los dos territorios separatistas de Georgia a los cuales hoy en día es complicado poder acceder.
De hecho, algunos de los destrozos de la guerra aún son visibles hoy en día: sobre todo en el Casco Viejo de la ciudad. La ocupación rusa de Gori duró unos 10 días y dejó un balance de 20 civiles muertos.
Eso no es todo, cerca del museo y a los pies de la Fortaleza de Gori se encuentra un grupo escultórico de metal para conmemorar a los caídos en el conflicto del 2008.
Acabamos nuestra visita por Gori con su otro punto de interés: la fortaleza cuya forma definitiva data del siglo XVII (aunque cuenta con varios siglos más de historia). Desde aquí se puede divisar toda la ciudad en detalle: la parte bombardeada en el conflicto del cual hará ya 5 años, el suburbio residencial de los refugiados de Osetia del Sur.
Nos despedimos hasta el siguiente POST con otro amigo que hicimos. Nos seguimos leyendo.
PD. Bueno, en realidad no fue el único. Ya cuando estábamos cerca de la estación dispuestos a coger el tren nocturno hasta Zugdidi para después enlazar con una marshrutka hacia Mestia vivimos en primera persona la hospitalidad georgiana de la que algunos viajeros que nos habíamos encontrado nos hablaban. Mientras estábamos comprando el desayuno para el día siguiente en un supermercado, un hombre que nos escuchó hablar en castellano se nos acercó y explicó que él llevaba algunos años viviendo en Barcelona. Fue tal su entusiasmo que insistió en pagarnos la compra y se dispuso a alojarnos en su casa -cerca de Gori- varios días. Ante nuestra negativa (teníamos los billetes ya comprados) y varios intentos por parte de él, nos propuso como alternativa ir a tomar unas cervezas al centro para después acompañarnos a la estación y esperar a que saliera el tren. Ahora sí, ¡nos seguimos leyendo!